Cuando cualquiera de vosotros piensa que está tomando una decisión, en realidad no hace más que contemplar pasivamente una especie de vídeo interno retrasado (concretamente con un retraso de 300 milisegundos) de la auténtica decisión que tuvo lugar inconscientemente en el cerebro un buen rato antes de que “se os ocurriera”, por ejemplo, levantar un brazo.
El neurocientífico Michael Gazzaniga lo expresa así:
Ben Libet determinó que los potenciales cerebrales se activan 350 milisegundos antes de que tengamos la intención consciente de actuar. De modo que antes de que seamos conscientes de que estamos pensando en mover el brazo, nuestro cerebro ya está trabajando para realizar el movimiento.
Visto así, entonces, ¿qué papel tiene la voluntad consciente en el acto voluntario? ¿Somos responsables de lo que hacemos? Más o menos. Aunque el envío de la orden para realizar un acto se realiza antes de que voluntariamente lo hayamos querido, lo cierto es que disponemos de unos 100 milisegundos para detener ese acto (aunque no siempre, mirad lo que pasa cuando alguien amaga un golpe contra vuestra cara: cerráis los ojos aunque no queráis).
Como dijo el neurocientífico Vilayanur Ramachandran, entonces: “Esto sugiere que nuestras mentes conscientes tal vez no sean libres de hacer cosas, sino más bien de no hacerlas.”
Pero ¿en qué consistió el experimento de Ben Libet para que pueda afirmarse que nuestro cerebro funciona más rápidamente que nuestra consciencia?
Libet utilizó pacientes que se mantuvieron despiertos cuando eran sometidos a un episodio de cirugía cerebral. Les pidió que movieran uno de sus dedos mientras observaba electrónicamente su actividad cerebral. De esta forma pudo comprobar que hay un cuarto de segundo de retraso entre la decisión de mover el dedo y el momento presente.
Otro experimento que realizó Libet fue el de poner electrodos sobre el córtex somatosensitivo de pacientes despiertos (la región del cerebro sobre las que circulan las informaciones sensoriales registradas a lo largo del cuerpo).
Con la ayuda de una débil corriente eléctrica, Libet provocó sensaciones en la superficie de la piel de los pacientes cuya duración temporal variaba deliberadamente. Comprobó que si disminuía la duración de los impulsos eléctricos, los pacientes percibían cada vez menos esta agresión y que por debajo de las 500 milésimas de segundo, no se enteraban de nada de lo que ocurría sobre su piel.
Via: Genciencia
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