En astronomía, literatura, pintura, alfarería, tecnología militar y administración pública, los logros chinos se equipararon a los griegos. Pero en fundición de hierro, ingeniería civil y agricultura, incluso estaban muy por delante de ellos.
En definitiva: si un filósofo griego del siglo I a. C. hubiera podido ser transportado a China, se habría asombrado al descubrir su nivel tecnológico: arados con partes completamente hechas de hierro, perforaciones profundas en busca de salmuera o gas natural, fabricación de acero a partir del hierro colado, producción en masa de ballestas y arneses, etc.
En ese sentido, si hubiéramos hecho más caso a los chinos, ahora quizá Leonardo da Vinci hubiese sido destronado por Zhan Heng, un científico nacido en Nanyan, en la China central, en el año 78 d. C.
A los 17 años abandonó su tierra natal y se dirigió a Chang´an, ciudad en la que varias dinastías tuvieron su capital. Allí visitó sus lugares de valor histórico y cultural, e investigó las costumbres y tradiciones de varias etnias, así como su desarrollo socioeconómico.
Heng fue uno de los 4 grandes pintores de su época, y produjo 20 famosas obras literarias. Pero también era un sobresaliente astrónomo: trazó uno de los primeros grandes mapas estelares, rivalizando únicamente con el que creó Hiparco en el año 129 a. C., desconocido para Heng. En este mapa situó las posiciones exactas de 2.500 estrellas y bautizó unas 320.
Estimó que el cielo nocturno, del que sólo podía ver una parte, contenía 11.500 estrellas. Lo cual era una muy buena estimación.
Explicó los eclipses lunares correctamente, argumentando que se producían cuando la Luna atravesaba la sombra de la Tierra, e imaginó la Tierra como una pequeña esfera suspendida en el espacio, rodeada por un inmenso y lejanísimo cielo esférico.
Además de astrónomo, Heng también fue un dotado matemático, y mejoró anteriores estimaciones del valor de pi.
El trabajo más famoso de Zhang Heng fue un detector de terremotos, que perfeccionó en el año 132 d. C., mil setecientos años antes del primer sismógrafo europeo. Podía detectar terremotos tan distantes que nadie cercano lo sentía siquiera.
El detector tenía forma de jarrón de bronce, al que se pegaron varias cabezas en bronce de dragones, cada una con una pelota también de bronce en su boca; alrededor del pie tenía varios sapos de bronce con las bocas abiertas. Si la máquina detectaba un temblor de tierra, una bola de bronce se soltaba automáticamente y caía en la boca de uno de los sapos.
La posición del sapo en cuestión indicaba la dirección de la que procedía el temblor.
En una famosa ocasión, una bola cayó sin que se observara temblor perceptible; pero varios días después llegó un mensajero con noticias de un terremoto en Kansu, a 600 km de la corte y en la dirección indicada por la máquina de Heng.
Con todo, Heng no inventó exactamente el sismógrafo: su máquina detectaba los terremotos, pero no los medía. Pero ¿qué más daba después de todos los avances para el conocimiento que aportó el injustamente desconocido Zhang Heng?
También inventó la esfera armilar, dirigió la construcción del Observatorio de Lingtai (provincia de Henan), el más antiguo del mundo, y redactó importantes obras sobre astronomía, matemáticas, geografía y meteorología.
En reconocimiento a sus extraordinarias contribuciones al desarrollo mundial de la ciencia, en 1970 la Unión Astronómica Internacional (UAI) bautizó con su nombre un cráter lunar; en 1977, el Centro de Planetas Menoresde la UAI acordó denominar Estrella de Zhang Heng al planeta menor No. 1802; y en el 2003, en la víspera del 1925° aniversario de su nacimiento, el planeta menor No. 9092 pasó a llamarse Estrella del Distrito Nanyang, tierra natal de Zhang Heng.
Fuente: Genciencia
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